miércoles, 11 de febrero de 2015

Desbaratar

Se han acabado todas y cada una de las voces, la ciudad por fin se encuentra en silencio. Las aves siguen su ritmo pero el metal ha cedido, las personas ahora escuchan pues les es inevitable. Callar y observar es la única pendiente que cuelga desde la supervivencia. Muchos se fueron, María, jaja... es curioso que te nombráramos así, naciste algún día cualquiera hace apenas dos años y mientras buscábamos provisiones en las ciudades aledañas el resto del grupo se encontraba aquí viendo a tu madre mientras te alumbraba. Debió verse muy hermosa... (suspira). María, va a ser difícil que lo entiendas, tal vez. No sé cómo voy a comenzar a explicarte lo que aquí ocurrió... y es que la verdad no lo sé con mucha certeza, todo fue tan rápido, la gente incluso desde antes de que todo ocurriera comenzaba a cambiar. Tu madre, por ejemplo... jajaja era tan sensible y yo nunca la escuchaba, estaba ocupado y la mayor parte del tiempo preocupado en lo que iba a pasar, en las finanzas, las noticias en la mañana,  en el ir y venir, el porvenir; que, bueno... ya no recuerdo cómo era que lo soñaba en esos ayeres. Ella siempre encendía velas en nuestro piso con la premisa de que hacía falta fuego en el mundo. ¡Y vaya que lo hubo! Lo recuerdo muy bien, era la calle Benjamin Franklin jajaja ¿quién? sí, yo tampoco sé, nunca lo conocí pero así eran las cosas antes, todo esto para ti una ficción, quizás para nosotros también lo era, pero no nos dimos cuenta de los velos hasta que los destruyeron. Ahora estamos tranquilos hija, las cosas siguen su ritmo, el mundo se ha desbaratado para volver a armarse. Todo se ha restablecido, muchos se han ido... Sé que no lo entiendes ahora. Pero debo decírtelo, hoy que estamos frente a este riachuelo y la luz es tangible. Ahora puedo verte y pensar en lo mucho que te amo y... en lo que me hubiera gustado poder haber tenido más tiempo para decírselo a ella. La vida que nos abraza fue dura, ahora florece cómo tú. Fue difícil recordar quiénes fuimos al principio, antes de que la cotidianidad nos atrapara bajo su manto gris. Antes de olvidar la luz. Algunas personas lo lograron más rápido, por lo general fueron niños, pequeños niños indefensos y puros, abiertos al mundo y asustados. También los ancianos, se dejaban caer, abrían paso entre la muerte; ellos eran los maestros. Un día encontré una guitarra, la vi con extrañeza y luego mis manos se tendieron sobre ella, aunque no lo creas fue un minuto de esperanza, tu madre me apresuraba y... oh, tu madre, ella. El hada que tendía un manto entre los mundos. Tuvimos que salir del lugar enseguida, hija, pues la gente no era toda cómo nos ves ahora, incluso alguna vez nosotros también tuvimos que ceder a la sangre para poder seguir de pie. Todos ibámos marchando sobre la misma línea, unos sobre otros, absorbiendo nuestras almas, en- sí- mismados. Muchos se quedaron en la sombra, ahí decidieron resistir pero la luz se filtró de a poco. Vaya qué suerte de años, que suerte de horas, de segundos. Ahora todo está bien María, es hora de regresar al bosque, que somos muchos los que juntos nos hemos quedado.

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