viernes, 28 de marzo de 2014

Siento que fue hace siglos que el hastío de mis dedos se tendió sobre las letras. Quizá, de no haber sido por el sueño de la última noche, un sueño nauseabundo, tan real y pérfido; no estaría ahora en la búsqueda del espacio donde quepo. La palabra. Oh, de haberse tratado de un silencio menos grotesco qué el que tengo en mis entrañas, tal vez habría notado que se desvanecieron todas las campanas que alertaban. En esas horas gélidas no me acompañaban. A veces, en mi empeño por fluir viento, me inmovilizo en espiralejos maltrechos. Ya no sé moldear las horas, los huesos me cantan llantos al oído; hay una ausencia en mi pecho que no entiendo. Me gustaría saber de Dios para inculparlo por mis males y hacer el camino más ligero.

Dejé de escribir, me lo repito una y otra vez. Has dejado ya muchas cosas sobre el camino: amores, sombras, acertijos; pero ahora has irrumpido la batalla, la única que importa; la de saber de ti y vaciarte en el mundo cómo lava de silencio. Quizá aquélla noche mientras dormías, fue extraída la piedra del asombro, de la incoherencia que más habla. Ya no abriré signos de interrogación, sólo esta noche quiero dejar de querer.

Y bien, estoy desquiciada, no paro de pensar, mi cabeza es un torbellino de ideas y dónde quiera que vaya me acompaña la ambivalente caricia de las felicidad triste. También soy un fantasma, que se desaparece en los silencios de los ojos. Soy parte del sueño de algún lobo melancólico, vivo en su mente y aquél se vuelve loco cada noche mientras la luna le cobija. Soy un pequeño espacio entre las hojas y el viento, ese es mi hogar; espeso como la noche, maleable cómo las horas.

Quieres contar los minutos
no tienes tiempo.
Te cansa la belleza de lo perfecto
de lo eterno.

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