Sonidos esféricos en la estratosfera marítima, islas criminales, peces corrompidos, temor en las profundidades, aves brujas, vientos caprichosos, la danza silenciosa y llegar a tierra después de seis lunas, cientos de pensamientos solitarios y sin rumbo fijo, mareas de sentidos fundidos en azul, en magenta, estremeciendo mis efímeros parpadeos llenos de sal y polvo de ciclos condensados, renaciendo en el núcleo de lo impensable. Llegar a tierra firme; la estabilidad incierta de un punto titubeante, arribar en lo absurdo del animal poético desbordado en la botarga del homo-non-sapiens antípoda del delirio, y, cómo tierra, de la mano de raíces vuelve a atracar en mi centro la pérfida manía de encontrarme entre la danza errante del equilibrio y los agujeros negros, sin hilos otra vez, perdida. Encontrándome perdida y, ¿de qué otra manera? sin camino transigente, entre llamaradas de alientos condensados e imágenes convulsionando para pronto amortiguar en lo eterno, deslizarme cómo montando un destello de luz que va transitando, haciéndose de espacio, dentro de las vísceras de la serpiente de tiempo, fundirme en el destello hasta sentir el abismo de abrigo y el rocío cantando en mis sueños. Así, sólo así, como ser efímero; pasajero, vagabundo, figuro el sueño del volcán y alivio el hambre de mi aguaje; encarnando las formas, transformando la carne, sabiendo que la vida es una rueda y que yo, girando en sus engranes, padezco de espasmos por minimizar el espacio y perderme en movimiento. Nazco y muero en mi para deshabilitar el lugar sin nombre, sin color ni forma hasta borrarme de la cara el esqueleto y convertirme en una cicatriz sin cuerpo, sumergirme en el mar, sentir el peso, la densidad grave del alma fundida en levedad y la sorpresa hipócrita de no saber lo que pasó, luego, llamarle, tal vez, la manía por lo mágico.
Tormenta de imágenes, acompáñame a desconocerlo todo y abrazarlo en silencio.
(Llamarle pérdida es, por definición autónoma [jajaja]; sólo el resultado de las formas que conectan los extremos del laberinto, el medio del traslado. Me atrevo a afirmar, no sin la duda continua de por medio, qué la ambigüedad es el(la) en-clave del espiral orgánico del ser entero; el saberse completo para poder impulsarse de sí a la plataforma de las posibilidades. No existe tal caída libre si no co-existe a su vez la plataforma de partida. Claro que quisiera sacarme las entrañas y plasmar el sueño sin parámetros, sin velos hechos carne, sin sombras mordiéndome el gesto, pero, a fin, la coexistencia y todas las madejas que nos hemos inventado en nuestro non-grato camino se definen como puntos, no al final, no al principio, sino sólo cómo coordenadas que se funden con el tiempo, entonces las palabras van siempre deformes)